22 de diciembre de 2011

Sonidos de Sudáfrica



(Puente que une la playa con el hotel)

Estos días estoy yendo a la playa. Ayer estuve tres horas, con factor 50 y me quemé por algunas zonas por donde no me eché bien crema. Como hoy no quería tomar el sol he recogido conchas de nácar en la orilla con las que pienso hacer anillos. He intentado hacerles una foto pero es imposible, mi cámara no capta los bellos reflejos que tienen.

Al fondo se ven los rascacielos de la ciudad de Durban, a la que todavía no he podido ir. Esta zona está muy protegida, hay muchísimo control, para ir a la playa te dan un carné. La playa es inmensa pero por seguridad el espacio de baño está limitado a unos ridículos metros. Las olas rompen muy fuerte, producen un sonido agresivo que me inspira respeto, chocan enérgicamente contra la arena y la resaca es fuertísima, te lleva con esa aspiración absorbente que hace que te hundas en la arena. Tal vez sea un poco triste lo que voy a decir, pero ayer, cuando observaba las olas, tuve la sensación de que estaban machadas de sangre, por supuesto que era una sangre imaginaria. Pero es que la injusticia y la diferencia racial entre blancos y negros todavía es llamativamente abismal.


El inglés es un idioma oficial (creo que hay nueve idiomas oficiales). La sociedad de aquí se divide en tres grupos: blancos descendientes de los colonos holandeses que hablan afrikaans, negros nativos del país que hablan zulú -y otros idiomas africanos-, e indios que hablan inglés (creo) y también tienen la piel oscura pero con rasgos diferentes. Los negros limpian, sirven, ofrecen bebidas por la playa. Los blancos toman el sol y compran sombreros. La miseria se intuye, aunque está muy lejos de este hotel, por ejemplo, me sorprendió en la televisión la “relativa” naturalidad con la que hablaban de la violación entre propios miembros de familias africanas.
Ayer por la noche me quedé enganchada a un programa de la televisión zulú que estaba subtitulado en inglés. Hablaban de familias rotas por desapariciones y trataban de ayudar a los familiares a encontrar a sus hijos, padres o hermanos perdidos. Era muy sensacionalista pero también muy revelador de los verdaderos paisajes humanos de este país. 
(Imagen de un cuadro que hay en mi habitación)


También me resultó curioso el supermercado que me encantó por las bandejas de frutas -muy baratas-, mangos, uvas, melones, piñas deliciosas, zumos de todos tipos. Pero al llegar a la caja, hay que armarse de paciencia, qué lentitud. En cada caja había tres mujeres, dos guardaban las cosas en bolsas y otra pasaba los alimentos con el típico lector de código, pero ésta lo hacía como si fuera una complejísima procesadora, y hablaban entre sí en zulú, que saben que nadie lo entiende, eso las aísla y las protege.  Nunca sé lo que dicen cuando hablan entre sí y esa incertidumbre hace que me sienta algo insegura, aquí la dulzura y la amabilidad no sirven de mucho porque son personas que tienen dentro una historia dura y encallecida y hacen su trabajo pero en su actitud se percibe que preferirían no hacerlo.



Esta mañana a las seis de la mañana me ocurrió una cosa maravillosa, me despertó ese tren-metro ruidoso y prehistórico que pasa junto al hotel: hacía un día precioso de verano y estaba amaneciendo, había música, los negros (solo lo usan ellos) que iban al trabajo tenían las puertas de los vagones abiertas, se oían voces masculinas y femeninas de distintos tonos. Estaban cantando maravillosamente, era un coro espontáneo (nada que ver con las canciones de campamento que cantaríamos nosotros en esas circunstancias). Me pareció un puntazo que se pusieran a cantar juntos en un vagón de metro para pasar el rato antes de llegar al trabajo. Lo calificaría como “humano” aunque sé que esta frase ha perdido su sentido, me refiero a esa humanidad que nos define como hombres y que por desgracia a veces añoro tanto en mí misma y en algunos aspectos de la sociedad que me rodea. Al despertarme por esa brevísima canción tan antigua y sagrada me emocioné  y me alegré muchísimo de estar aquí para poder escucharla.

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