27 de diciembre de 2011

Días de lluvia en el paraíso



Ya estamos en la ciudad de Durban. Estos días hemos ido a cenar a varios restaurantes y he de decir que no sé si será casualidad pero tengo la impresión de que en Sudáfrica se come muy bien. Reconozco que no nos hemos movido demasiado por restaurantes callejeros del país sino por zonas relativamente turísticas y centros comerciales. En los restaurantes que he ido hasta ahora creo que cualquier plato elegido al azar está delicioso (suele ser mi forma de elegirlos). Si bien, hay que reconocer que es una comida sin identidad propia, no hay platos realmente típicos, sino una mezcla de todas las culturas culinarias: italiana, india, inglesa, americana, mexicana. Es una comida muy generosa, te sirven mucho en platos enormes, creo que todas las veces que he cenado he salido del restaurante resoplando y diciendo que al día siguiente no iba a comer. Por eso no me sorprende que muchos sudafricanos sean obesos, ya que aquí la gente se mueve mucho en coche.

En Sudáfrica se produce vino. He tratado de probar varios y no tienen nada que envidiar a los europeos. Pero también -en algunos lugares- es sorprendente la forma de servirlo, en realidad estamos acostumbrados a ciertos rituales europeos que en el caso del vino denotan mucho refinamiento. Aquí algunos camareros no están demasiado familiarizados a él y al ver como lo trataban me parecía una especie de sacrilegio. Es así como realmente me he dado cuenta de que el vino es algo cultural. Aunque suena a anuncio publicitario, abrir una botella de vino convierte un momento cotidiano en algo especial. Es una mini fiesta. Mismamente el sacacorchos es un instrumento que, bien mirado, es rarísimo; luego está el fascinante sonido que se produce al abrir la botella y servirlo en las copas, brindar. Brindar... ese pequeño acto cotidiano: ¡salud! ¡por nosotros! Como una estrella fugaz, la bebida también nos permite pedir deseos y soñar con una vida mejor.
(pingüinos sudafricanos)
Durban tiene una playa enorme junto a la que han hecho un paseo marítimo, que tampoco tiene nada que envidiar a los paseos marítimos que he visto hasta ahora. Al fondo del paseo hay un restaurante donde he ido a cenar. El restaurante es de lujo pero para el bolsillo español es asequible. El lugar pretende recrear la experiencia de Africa. Por eso los camareros van medio disfrazados y hay música africana en directo con músicos que tocan tambores mientras se pasean por las mesas. Ofrecen una tinaja con agua calentita y olorosa para que te laves las manos y después, mientras se hace la comida, traen una especie de tortita con semillas que puedes mojar en aceite y también te pintan un tatuaje en la cara. Pedí esto de comer:


La noche de Navidad cenamos en un barco fantasma, fue algo extraño (por ser el día de nochebuena) pero interesante. Es un barco real que han habilitado y se ha convertido en un restaurante y en un fabuloso acuario donde hay peces impresionantes.

(foto del barco donde cenamos)
Junto a ese barco hay un recinto que recrea el ecosistema marítimo sudafricano, yo entré sin saber que dentro había espectáculos con focas y delfines, paseos en colchoneta por un romántico canal y toboganes que te escupen en piscinas. Lo aprendí como mejor se aprenden las cosas, sobre la marcha. Luego, en biquini y pareo improvisado, visitamos el acuario. Digo lo del bañador porque aquí hay una mezcla de culturas y era chocante encontrarse con mujeres con burka estando una en dichas circunstancias.

Bueno, pero no todo es maravilloso. Hoy ha sido un día horrible. A mí me gusta desayunar y hoy al despertarme he ido rápidamente al bufet que ofrece todas las mañanas nuestro espléndido hotel.

Normalmente tomo un café con frutas, un zumo, una tostada con mantequilla y mermelada. Pero hoy que ha subido la temperatura, me he tirado inconscientemente a la piscina y me he servido una ronda del desayuno típico sudafricano con huevos, alubias, salchichas picantes, tomates rojos fritos y champiñones. Hoy es un día festivo y todos los sudafricanos descansan con lo que el paseo marítimo y la playa estaban petados. Además, ese calor perfectamente aceptable, ha pasado a ser un calor soporífero medianamente insoportable. Pues bien, fuimos a un centro comercial (que sí estaba abierto) que era enorme, tenía aire acondicionado, olas artificiales para hacer surf y miles de tiendas. Mientras caminaba por esa superficie interminable buscando un banco donde cambiar 100 euros noté un leve dolor de estomago que ignoré mientras la euforia de comprar vestidos me invadía. Al salir del centro comercial el calor era tórrido y húmedo, decidimos ir a la playa. Para llegar a la playa tuvimos que pasar la penuria de un eterno atasco con esos coches con cajón donde se aireaban felizmente algunas familias africanas. Digo penuria porque en todo ese trayecto me estaba meando. Finalmente llegamos a la playa de Durban donde por unos minutos estuve observando como un salvavidas aceleraba por la orilla en su moto acuática indicando a la gente que solo se podía bañar en la milimétrica franja donde cientos de hormigas sorteaban las violentas olas bajo la supervisión de otro salvavidas. Es ahí cuando empezó la pesadilla. Porque en medio de ese tumulto caluroso y vacacional de negritos sentí un extraño retortijón, hasta ahora intensamente desconocido. Había logrado hacer pipi en un baño donde sudaban hasta los espejos y pensaba que por fin era la hora de descansar y relajarse. Pero no. La cosa no había hecho más que empezar. Ignoré varios retortijones más hasta que pensé que si seguía así tendrían que llevarme al hospital y sugerí la idea de volver al hotel. Pero estaba muy mal, me aventuré a ir al baño con un dolor increíble pero había una cola larga y sucia, todo ese paisaje veraniego y festivo se convirtió en uno de los lugares más angustiosos de mi vida, una marabunta de rostros y cuerpos pringosos, un bombardeo de familias con niños pesados, un calor espeso, asfixiante. Encontré otro baño donde estuve un rato pero el dolor era muy fuerte, yo pensaba que me iban a tener que llevar en camilla porque era intensísimo,  lloré de dolor, la gente me miraba. Volvimos en coche a toda velocidad zigzaguenado por las calles de Durban y para colmo al llegar al hotel la puerta de mi habitación no funcionaba, por suerte había una empleada al fondo del pasillo limpiando un baño que me dio una llave especial para abrirla.  El final de la historia prefiero no contarlo por razones evidentes. En tres horas me recuperé, ahora estoy muy bien, no tengo nada y todo se ha solucionado con relativa normalidad.
Esta mañana al salir del hotel sonaba en la radio del coche una canción en inglés que me pareció simple y curiosa y quise apuntarla, decía: hay días de lluvia en el paraíso. Estuve un rato pensando en ella e imaginé que la olvidaría como olvido tantas miles de cosas, pero ahora, al escribir sobre esto, me ha venido a la mente.

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